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miércoles, 8 de julio de 2020

Oda a la amapola


Como la humilde margarita de corola blanca y frágil tallo 
me estuve queda entre las briznas de hierba. 
Como el vulgar diente de la africana fiera 
oculté el corazón al sol de mayo. 

Fueron mis amigas aquellas hierbas silvestres
despreciadas por todos los raudos conductores, 
los viandantes, sin embargo, encantadores 
encuentran los tachones de color en los arcenes. 

Casi nadie, con las prisas, ya se detiene, 
a observar el color, a admirar el vuelo, 
de una falda roja sobre un cuerpo verde, 
y una tiara negra que encubre deseos. 



"No soy majestuosa ninfa del estanque", 
le digo a quien quiera escuchar. 
"Nenúfar y lirio, los aborrezco, 
no saben una tarde animar"

"No perfumo dormitorios, 
y en la adversidad florezco. 
Dicen que soy una ingrata"

"Pues, cuando me arrancan
del suelo perezco, 
que yo no soy rosa o lavanda."




Abres tus ojos al mundo 
en un microinstante perfecto.
Armónica sinfonía de aire rojo. 
 
Amapola, no te sobra un pétalo
Amapola, tu llanto oscuro
traerá esperanza a este mundo nuestro.





jueves, 2 de julio de 2020

El clavo

Quien tiene un clavo, tiene un tesoro
Tiene una razón por la que levantarse por las mañanas
El clavo no crece, no hay que regarlo
Su cabeza enrojece con el tiempo
Su punta pierde filo
Y sin embargo, todos los días, lo clava el obrero.
Sin descanso lo clava en su madero. De carpintería, nada sabe
De la vida, lo que el clavo le enseñó.

El clavo es tenaz, persistente.
No se lo llevan el agua o la carcoma.
El óxido le da caché, el hongo lo escala.
Le trepan sus esporas el ralo cuerpo.
Y sin embargo, ahí sigue.
No se derrumba.
No cede ante la caries cronológica.
La terrible verdad de la vida, y la única que existe.

Recibe digna y humildemente, cada mañana,
el martillazo certero sobre su cerviz. Silencia el aullido interminable que le late En lo más profundo de su coraza metálica. Lo golpea el obrero sin descanso. Paciencia y sumisión, encuentra rebeldía en la resistencia. Y cierta complacencia morbosa. Una y otra vez, implacable. Una y otra vez, el clavo dura. Hasta que. Hasta que.

 ¡Oh! Su endeble tronco se ha torcido.
Las vértebras se doblegan mirando el madero. El clavo finalmente ha cedido. Inclinado vilmente, como el es-clavo que siempre ha sido, acepta su inevitable tragedia.
 La mano, que debería abrazarlo con maternal calidez, lo agarra y lo lanza lejos, muy lejos, con un simple giro de muñeca.

 Otro más nuevo, más reluciente, saca pecho en primera línea para ocupar su lugar. Es el nuevo Clavo, lleno de energía y vitalidad, dispuesto a comerse el mundo.e

Se traga entonces el primer centímetro de madera, y luego el siguiente, y escupe astillas. Es consciente, entonces, de que está condenado a padecer el mismo triste, eterno, destino que todos los anteriores.