Déjame hablar
No pretendas sedarme, congelarme y cortarme en taquitos
para venderme en tus supermercados conceptuales.
No me llames
uno de esos nombres inventados por ti.
Qué más da si Laura, Dafne o Beatriz
Nada cambia esencialmente.
Si me metes
en ese molde hinchable con zapatos de purpurina
o si tengo corales en los labios y oro pajizo en el pelo
es lo mismo.
Prefieres
desvaída tez o bronceado de cabina
ala de cuervo o rubio aplatinado
tuberculosa o con la cara lavada
porque a ti el maquillaje no te gusta
hasta que ves a una mujer recién levantada.
Y seré yo la caprichosa...
¿Es mucho pedir?
Salir sin miedo a bailar el tango
y volver a casa a salvo.
Elegir una prenda más o menos sinuosa,
porque no, la transparencia no es para ti.
Ser ninfa y no laurel, una noche,
y otra, y otra más.
Sin que temamos que nos conviertan
en una de esas crueles fantasías
pornográficas
en las que nosotras tenemos poco que decir
y mucho que tragar.
¿Es mucho pedir ser libre?
¿Es mucho pedir ser mía, tremenda,
irremediable e incomensurablemente
mía?
Sin oír en las noticias, tras una semana,
desaparecida,
las inservibles consignas feministas.
Porque una más duerme esta noche
privada del dulce hálito de la vida.