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viernes, 28 de febrero de 2020

Úrsula

Vivo en una cueva en el fondo del mar, adonde van a parar todos los plásticos:  las pajitas, las compresas, las tiras que unen los paquetes de cerveza. Probablemente nadie recordará nunca mi nombre: Andersen ni siquiera me dio uno.  He permanecido innominada hasta finales de los 80
del siglo XX de la era de los humanos.

No sé si apareceré en algún documento de Atlántica, no sé si los tritonzuelos sabrán de mi tragedia. 
La leyenda urbana (si es que eso existe bajo el mar) dice que soy un monstruo obeso, oscuro como la noche, taimado como un remolino, con peligrosos tentáculos que te convierten en comida para anguilas. 

Las mareas vienen y van, el sol sale y se oculta, allá donde pueden verlo. No llega nunca la luz adonde viven los perseguidos por la ley.

A nadie le importa mi nombre. ¿Por qué iba a hacerlo? Soy un mero instrumento narrativo al servicio de la heroína. Una heroína bastante torpe, por cierto, si se me permite la licencia. Su papá no la enseñó a leer la letra pequeña de los contratos. Ahora está, bien felizmente casada, bien recorriendo el océano en forma de moléculas de oxígeno, según la versión que usted se crea.

Yo no soy mala. Ustedes creen que lo soy. A ustedes les han hecho creer que lo soy.

Yo no tuve ningún derecho al trono, aun siendo más sabia y más capaz que mi hermano. Solo cambiaba  lo que tenemos entre las piernas. Y ustedes se preguntarán, ¿cómo es posible que entre los sirénidos exista el patriarcado? Ea. Los humanos no lo han inventado todo.

Soy un pulpo, sí. ¿Y qué? Los pulpos tienen tres corazones. Uno para amar, uno para odiar, otro para seguir luchando. Los míos están gastados y remendados, pero siguen funcionando.

Estoy a gusto con mi feminidad, y eso es algo que no se puede decir de todo el mundo. Hay mujeres que se avergüenzan de ser mujeres. Hay sirenas que no quieren ser sirenas. No digo que esté mal. Al contrario. Pero, entenderán que una tiene que vivir de algo.  ¿Qué hay de malo en explotar las inseguridades de los demás? Ustedes lo hacen continuamente.

No soy más poderosa que mi hermano. ¿Cómo iba a serlo? Él tiene el instrumento, yo vivo en una caverna de pólipos. Pero, todo lo que tengo, todo lo que sé, todo lo que hago, me lo he ganado yo. Lo he logrado yo. Y a mucha honra. ¿Se han fijado en que su palacio parece un pene? Vaya con el sirenito, que quiere un falo. ¿Quién necesita un tentáculo cuando tienes ocho?

Si nadie está dispuesto a contar mi historia, la contaré yo misma. Si puede ser cantando, mejor. Tengo unas admirables habilidades vocales.





lunes, 17 de febrero de 2020

¿Cómo se dice "morena" en braille?

Morena, morenísima
Te desvaneces en el aire como un sueño

Eres ese acorde de guitarra
que refresca una tarde de verano.

Morena, eras,
ahora tienes la tez plateada
como un cuchillo.

Eras comprensible. Solías
serlo. Tu mandíbula
afilada
era tan legible como
un abecedario.

Ahora hablas otro idioma.
Te has disfrazado de alienígena.
El verde no te sienta nada bien.

Quiero poder leerte.
Aprehenderte,
captarte.
Analizarte.

Antes era tan fácil.

Dientes chuecos en una curva arriesgada.
Cejas imposibles, pozos con pupilas.
Estrellas en tu cabello de gitana.

Tenías nombre, y yo lo conocía.
Tu rostro tenía forma, y yo la sabía.

¿Por qué te has ido a Aviñón?
¿Por qué lo has hecho sin avisar?

Eres, sigues siendo, un vestido blanco
en una foto color sepia.

Me resigno a creer lo contrario.

Rasgado

Me voy

Me he ido

Mi silueta se ha recortado en el horizonte
Ha dejado un hueco blanco en la página

Soy ahora de palabras, y no de carne

Soy espacio vacío en un armario
para dejar tus vestidos.

Soy una habitación llena de posibilidades.

Estoy hecha de píxeles, soy una pantalla.

Quebrada de parte a parte.



Me voy
Me he ido


Ya no estoy.


La nostalgia es una salsa de aperitivo para ti.
Un accesorio, un filtro de Instagram.

Te la pones y te la quitas como un bolso nuevo.

La alienación te ha sorbido el seso.

Has perdido el norte y el sur.

Tu amor se mide en números de cuenta.


Ya no estoy, y tú ni te inmutas.

Soy una lluvia lejana en un país de nombre impronunciable.


Has rasgado mi vientre con tu manicura francesa.


Te has tragado la ira, y ahora eres verde.


Nadie lo ve. Pronto lo harán.

Regurgitarás bolas de pelo con residuos radioactivos.


miércoles, 12 de febrero de 2020

Hacia lo salvaje

A veces, se me mete algo en el ojo,
y mi retina se tiñe de un erotismo feroz.

Entonces, de repente, un talón desnudo,
una falda que vuela, la línea de un omóplato,
una mano que gira, una espalda nudosa,
emergen de entre la multitud llenos de encanto.

Las fragancias florales,
los pétalos enredados
entre las ramas,
las caricias fugaces,
involuntarias,
como el roce de un rayo de sol.
Todo configura un incomprensible cuadro,
un cuadro que se abstiene de toda lógica,
que mis sentidos degustan con deleite.

Las
muchachas
en
flor
(aquí verá el lector culto la referencia a Proust)
Ríen y suenan campanillas.
Los
jovencitos,
gráciles juncos,
las cortejan.

Y se piensan que no me doy cuenta de nada.

Cuando los contemplo,
vuelvo a ser.
Al menos, se me ofrece una remota posibilidad.
Me identifico con sus cuerpos llenos de vida.
Soy una de sus piernas rodeando una cintura.
Soy sus manos acariciando muslos.
Soy una humedad sin nombre
que mana de todas sus carcajadas.

Sus cosquillas me provocan una risa oxidada
pálida, mohosa.
Yo ya no estoy para estos trotes.

Y sin embargo,
al cruzar el portal
permito a mis párpados liberar las ensoñaciones
abrir las jaulas del deseo.

Entreveo, agazapada por el fulgor de los tubos de luz que parpadean
la sombra de una pantera que se relame
porque va a devorar al domador.

Corazón tan blanco

Que me perdone Javier Marías
y Shakespeare antes que él
por robarle el título de su novela
y una afortunada frase
que describe un estado del alma.

Corazón, me has hecho un agujero en el pecho
de tanto sangrar.
Tú, que eras blanco como la nieve pirenaica,
como la piel de un bañista anglosajón
que el sol no ha rozado en todo el año.

Te están saliendo ramas en las venas,
buscas luz y aire, buscas respirar.

Lo sé, a mí me duele tanto como a ti.

Corazón, aguarda un poco más
que me está cicatrizando la herida
y luego podrás romperme la piel de nuevo.

Yo te dejaré, como siempre.

Corazón, quien leyera esto podría pensar
que soy yo la víctima de tu rabia incontenible.
Pero no. No lo soy.

Soy tu cómplice.

Soy la dulce ala del ave que te preserva con su blancura.

Aunque lo hayas manchado todo.
Aunque lo hayas destruido todo.

Soy la caricia maternal que te guarda para cuando se te pase la rabieta.

Aunque me muerdas los pezones con los que te amamanto
hasta abrir bermejas fuentes que tiñen mi cuerpo.
Y que parecen pétalos de rosas caducadas.

Corazón, fuiste manso como cierva, como ramas de sauce
que caen llorando sobre el espejo fluvial.
Ahora, me haces daño con tus puntas.

Pero no importa. Porque yo lo consiento.

Me gusta ese dolor.
Disfruto ese dolor.
Son tus mimos de príncipe enfadado
Destronado por la suave reina Melancolía

¿Qué quieres que haga, Corazón?
Ya no sé cuántos gobernáis ahora mi pecho
Eras blanco y puro, y ahora eres negro
Te pudres de dentro afuera, y de fuera adentro

Frondosas espinas te salen de la boca
cuando me gritas.
Me atenazan la garganta.
Eres un hierro al rojo vivo.

Y sin embargo, cuando te veo
Agazapado al fondo de mi estómago
Esperando a que lo incendies todo
Te digo: "Sí"

Hazlo. Quémame. Abrásame.
Al fin y al cabo,
es mejor sentir tu dolor
que no sentir nada.

Al fin y al cabo,
solo así sé que estoy viva.