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viernes, 4 de octubre de 2019

En casa


El silencio solía ser
ese lugar incómodo
donde uno excavaba agujeros
para esconderse.
No ahora, que conozco tus labios,
y han convertido el silencio
en ese colchón
perfumado de hogar
donde resguardarse del frío.

Tenían que llegar
tus párpados curiosos.
Tus pupilas tenues
apenas dibujadas en el fondo
de tu iris marrón.
Tenías que hablar
con palabras precisas
para darle el nombre a todo.

Pasarían, ¡y quién lo diría!
deliciosas tardes eternas
cobijados entre las páginas
de una fantástica historia.
Mientras rugen las burbujas
del café recién hecho.

Has parado todas las espadas
y bebido todos los venenos
solo por mí.
Convertiste tus brazos
y tu voz experta
en el escudo que me protegería
de todo.

Aquí estoy, una vez más, 
asomada al terrible pozo negro 
y mis piernas cuelgan por el borde. 
Pero oigo tu voz
una voz amiga
una voz amable: 
mi casa, mi familia. 
Y dices: ya está, soy yo, 
ya ha pasado todo, 
no hay nada que temer.


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