Mary y Bert se daban el lote sobre el tejado cuando los niños dormían. Sin números musicales, sin paraguas voladores, sin "califragilísticos".
Nadie habría sabido de su affair con el deshollinador de no haber sido por aquel asqueroso vestido blanco y sus sospechosas manchas de ceniza. Y también por esa niña chivata, cómo se llamaba.
Qué más da, ya no volvería a cuidar más de esos críos mimados. Peor para ellos. Pensaba llevarse el bote de azúcar, y todas las cucharillas.
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