El sentido trágico de la vida española
sólo puede darse con una estética
sistemáticamente deformada
- Luces de Bohemia
España es muy diferente,
tremendamente diferente.
España es el único país del mundo
en que un instrumento de tortura inquisitorial
podría exhibirse en un museo,
y algún espectador lamentaría
que hubiera dejado de usarse.
En España se siguen quemando brujas
todos los días. Solo que el fuego
se ha transformado en palabras,
la pira es un telediario,
o el perfil de una red social,
y las condenadas en cuestión
podemos ser tú, yo, cualquiera.
Antes o después,
todos arderemos en el tribunal de la opinión pública.
Juicio Final actualizado.
España solo se refleja convenientemente
en un espejo cóncavo de un callejón
de cuyo nombre no quiero acordarme.
España está en el culo de la botella.
En la última gota del tinto de Hacendado.
España se arrodilla ante todo el que la doblega
y encima, le da las gracias por haberlo hecho.
La esencia española, su barbarie, su sinsentido,
su invariable prosaísmo tragicómico,
residen en un arado antiguo,
como del siglo pasado,
que unos burgueses exhiben en el jardín de su mansión.
El instrumento de la opresión obrera queda así reducido
a una maceta más. Es otro árbol, otro simpático
gnomo de cerámica, un inofensivo elemento decorativo.
Que desprende, sin embargo, para los que oyen y huelen,
un pestilente olor a hipocresía,
y un grito de espanto que recorre siglos y milenios.
Pero la señora de la casa, esa misma tarde,
asistirá como todas las demás
a la sucesión de telenovelas vespertinas
que imposibilitan en ella toda crítica de esta clase.
La familia intercambiará, feliz, conversaciones banales,
a la hora de comer, sobre el hule pulido,
con el eco anodino de las voces televisivas de fondo,
para que no se sientan culpables, ni solos,
sino una familia como todas las demás.
Una observadora sagaz sabe, sin embargo,
que ese espacio, ese entorno, esa gente,
rezuma privilegio y mediocridad.
Pero no lo dice, reprime ese impulso,
guarda todo el silencio del que se sabe capaz.
¿Para qué turbar esa relativa paz hogareña?
Teatro de enanos que juegan
en sus pequeñas tragedias.
Dramas clásicos de toda la vida.
Nadie percibe la incongruencia,
la esencial contradicción,
que se desprende del arado
sobre el jardín versallesco,
como si de una Venus se tratara.
Una observadora tímida
siente la sangre, roja, latir en sus venas.
Así que apalea el arado
hasta hacerlo astillas.
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