PRIMER ACTO
que yo era Catalina, como la luna
y que orbitaría para siempre en torno a algún Lorenzo.
La luna es frágil, la luna es tierna.
Solo refleja la luz del sol.
Es un mero receptáculo,
un espejo de gloria ajena.
Y esa es su función
en el pequeño universo de algunas personas.
Durante años, ejecuté a la perfección
mi papel de reflejo solar.
¿Cómo no iba a hacerlo?
Así ha sido desde que me trajo al mundo
una ninfa inalcanzable de melena dorada
y me puso a orbitar a su alrededor.
Pálido reflejo de luz impropia.
Eso soy, eso he sido.
Eso fui.
***
SEGUNDO ACTO
Tuve un sol, un Lorenzo.
Mi sol.
Eso creía yo.
Nadie puede enjaular
a los soles.
Audicioné para ser
su Catalina.
No me concedieron el papel
Yo le seguí orbitando,
porque era el único centro de gravedad
que había conocido.
Pero todos los soles se apagan.
Las estrellas no son eternas.
Algunas son fugaces,
otras milenarias.
Siempre se extinguen al final.
Y un agujero negro
apareció en el lugar
de mi Lorenzo.
Los soles se adoran a sí mismos.
Existen por eso, esa es su razón de ser.
Su onanismo existe para inspirar
al resto de cuerpos celestes que los orbitan.
Los soles no sienten. Solo son soles.
***
TERCER ACTO
Catalina tiene un nombre aprendido,
una órbita pequeña, y aburrida.
Catalina no quiere ser Catalina.
La luna no quiere ser luna.
Yo no soy
quien me enseñaron a ser.
Luna Catalina se despoja de su traje
de seda plateada. Es tremendamente vulgar,
de todas formas. Como una bola de discoteca
con cráteres. Y se contempla.
Desnuda. Completa. Oscura.
Múltiple.
Nunca fue Luna.
Nunca se ha llamado Catalina.
Ahora lo ve.
Recuerda a las ninfas
con las que se crió.
Y ahora, se ríe.
Porque las ninfas tenían el sol en el cabello
pero ella, involuntariamente disfrazada
durante tanto tiempo,
alberga en su interior una galaxia entera.
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