Que me perdone Javier Marías
y Shakespeare antes que él
por robarle el título de su novela
y una afortunada frase
que describe un estado del alma.
Corazón, me has hecho un agujero en el pecho
de tanto sangrar.
Tú, que eras blanco como la nieve pirenaica,
como la piel de un bañista anglosajón
que el sol no ha rozado en todo el año.
Te están saliendo ramas en las venas,
buscas luz y aire, buscas respirar.
Lo sé, a mí me duele tanto como a ti.
Corazón, aguarda un poco más
que me está cicatrizando la herida
y luego podrás romperme la piel de nuevo.
Yo te dejaré, como siempre.
Corazón, quien leyera esto podría pensar
que soy yo la víctima de tu rabia incontenible.
Pero no. No lo soy.
Soy tu cómplice.
Soy la dulce ala del ave que te preserva con su blancura.
Aunque lo hayas manchado todo.
Aunque lo hayas destruido todo.
Soy la caricia maternal que te guarda para cuando se te pase la rabieta.
Aunque me muerdas los pezones con los que te amamanto
hasta abrir bermejas fuentes que tiñen mi cuerpo.
Y que parecen pétalos de rosas caducadas.
Corazón, fuiste manso como cierva, como ramas de sauce
que caen llorando sobre el espejo fluvial.
Ahora, me haces daño con tus puntas.
Pero no importa. Porque yo lo consiento.
Me gusta ese dolor.
Disfruto ese dolor.
Son tus mimos de príncipe enfadado
Destronado por la suave reina Melancolía
¿Qué quieres que haga, Corazón?
Ya no sé cuántos gobernáis ahora mi pecho
Eras blanco y puro, y ahora eres negro
Te pudres de dentro afuera, y de fuera adentro
Frondosas espinas te salen de la boca
cuando me gritas.
Me atenazan la garganta.
Eres un hierro al rojo vivo.
Y sin embargo, cuando te veo
Agazapado al fondo de mi estómago
Esperando a que lo incendies todo
Te digo: "Sí"
Hazlo. Quémame. Abrásame.
Al fin y al cabo,
es mejor sentir tu dolor
que no sentir nada.
Al fin y al cabo,
solo así sé que estoy viva.
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