El espíritu seco y enjuto asoma por la puerta su pie blanco. Se le transparentan los huesos rotos a través de la piel. Tiene huecos negros donde antes habrían estado sus ojos. Parecen pozos sin fondo. Se adentra en la casa arrastrando lo poco queda de él, con la mandíbula desquiciada y cicatrices por todo el cuerpo. Le falta un brazo.
El espíritu seco y enjuto avanza lentamente, extendiendo su única mano hacia la niña, que está sentada en el suelo frente a él. La niña sonríe. Hace tiempo fue su amigo, cuando no estaba seco, ni enjuto, ni tenía huesos rotos ni cicatrices.
El espíritu seco y enjuto acaricia con sus garras a la niña. Son como cuchillos sobre su blanda piel. Él gruñe. Ella ríe porque le hace cosquillas.
Entonces las clava, esas uñas negras, en su pecho infantil. Un corazón ha dejado de latir.
Silencio.
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